sábado, 8 de septiembre de 2012

Inundaciones en la Provincia de Buenos Aires



Recuerdos de otra inundación (Viene del día 4/9)

Cuando nos preparábamos para salir de la casa que nos había albergado hasta ese momento, comprendimos que sólo nos quedaba un lugar para refugiarnos: la Escuela de Enseñanza Media N° 1. Su moderno edificio de dos plantas era, al parecer, un refugio seguro. Allí se encontraban prácticamente todos los evacuados. Como estábamos solo a media cuadra, consultamos si había lugar y hacia allí partimos.
  Al llegar, nos recibió Griselda Laprovíttola,  mi amiga desde los seis años. Con su habitual cordialidad, nos dio la bienvenida y nos brindó la seguridad que nos empezaba a faltar.  Con algunos colchones que fueron trayendo de la casa que habíamos dejado, ubicamos a los mayores que se prepararon para continuar con el sueño, si fuera posible.
Hay algunas estampas que han quedado grabadas en mi mente. Para hacer más dinámica esta introduccion, aunque no guarden el orden cronológico en que sucedieron, a partir del próximo artículo, las iré contando por orden de aparición en mi memoria,

 Las secas y las inundaciones en la Provincia de Buenos Aires - Florentino Ameghino (V)   

V - El problema debería, pues, plantearse de este modo:
Establecer los medios para poder dar desagüe en los casos urgentes, a aquellos terrenos anegadizos, expuestos al peligro de una inundación completa durante una época de excesivas lluvias, por impedir este desagüe en las estaciones de lluvias menos intensas, y sobre todo, en regiones sólo expuestas a inundaciones parciales o limitadas y aprovechar las aguas que sobran en tales épocas para fertilizar los campos en estaciones de sequía, ejecutando trabajos que impidan que esas aguas hundan los terrenos bajos, sin necesidad de darles desagüe a los grandes ríos ni al Océano.

 Dadas las condiciones físicas presentes y pasadas del territorio argentino, es permitido suponer que desde épocas geológicas pasadas, quizá desde los tiempos terciarios, las lluvias en nuestro territorio fueran ya irregulares. Sin embargo, razones distintas harían creer también que nunca lo fueron tanto como en estos últimos dos siglos y que las grandes lluvias nunca ejercieron con más fuerza su acción denudadora sobre el suelo.

 En los partidos Luján, Mercedes, Pilar, Capilla del Señor, etc., conozco kilómetros cuadrados de terrenos completamente denudados por las aguas pluviales, que se han llevado la tierra negra dejando a descubierto el pampeano rojo.  Sin embargo, en medio de esas planicies sin vegetación y cubiertas de toscas rodadas arrancadas al terreno subyacente, se ven aquí y allá, como islotes en el Océano, pequeños montecillos de tierra vegetal de 30 a 40 centímetros de espesor, que las aguas han respetado, conteniendo en su interior vestigios de la industria india mezclados a veces con huesos de caballo.

 Luego es evidente que esos islotes o montecillos formaban parte de una capa de terreno vegetal continuada, de un espesor de 30 a 40 centímetros, que se presentaba aún intacta en los primeros tiempos de la conquista, datando de entonces la enorme denudación que ha arrastrado la tierra negra, dejando tan sólo acá y allá pequeños manchones que después de doscientos años debían servir de testimonio de la acción denudadora de las aguas.

Las personas que residen en Buenos Aires y deseen darse cuenta de este fenómeno, pueden hacerlo sin salir de los alrededores de la ciudad. No tienen más que tomar el tranvía a Flores, bajarse en este hermoso pueblo, dirigirse al bañado del mismo nombre y atravesarlo en dirección del río de la Matanza.

 Esta localidad es verdaderamente digna de estudio. Aún no hace muchos años se pretendió que los bañados de Flores eran grandes lagunas hace tres siglos. Por mi parte creo que esta es una suposición inverosímil, pero en todo caso lo que hay de positivo y puede comprobarlo quien lo desee, es que una parte considerable de esa franja de terreno bajo y llano por en medio de la cual corre el río de la Matanza, ha bajado notablemente de nivel, y en tiempos recientes, a causa de las denudaciones de las aguas pluviales que se han llevado las capas superficiales.

 El suelo de esa planicie baja que se extiende desde la Boca del Riachuelo hasta cerca de San Justo a cuatro leguas de río de la Plata, está constituido por una capa de terreno negro, en algunos puntos ceniciento, bastante duro y de un espesor variable entre 20 y 60 centímetros. Esta capa constituye la superficie del suelo. Debajo se presenta una vasta formación arenosa, compuesta de arena fina y de color pardo, de un espesor considerable, difícil de determinar, porque el cauce del Riachuelo no alcanza a perforarla. Esta capa, en la que se encuentran de distancia en distancia bancos y estratos de Azara labiata (D'Orbigny) y otros moluscos de agua salobre, se depositó tranquilamente en el fondo de un golfo o brazo del antiguo estuario del Plata, cuando éste aún estaba allí ocupado por las aguas salobres. Esta formación remonta, pues, a una antigüedad bastante considerable; y luego, cuando desaparecieron las aguas salobres, se formó la capa de tierra negra o cenicienta superior, que presenta todos los caracteres de haberse depositado en el fondo de bañados o pantanos parecidos a los que todavía se encuentran en los mismos puntos al pie de la barranca que limitaba el antiguo estuario.

 Atravesando el bañado desde la punta de la barranca en que se encuentra el cementerio de Flores en dirección hacia el río de la Matanza, alejándose varias cuadras de la barranca se camina cuadras y cuadras sobre la capa de arena subyacente puesta a descubierto por la denudación de las aguas pluviales que se llevaron la capa de terreno negro superficial que se encuentra cubriendo la arena como una sabana en todos los demás puntos donde no ha sido atacada por el agua. La prueba evidente de que la falta de la capa de tierra negra superficial en los puntos indicados es debida a la denudación de las aguas, que se la han llevado, es que aquí también en medio de la superficie arenosa se presentan pequeños montecillos de sólo 8 o 10 pasos de circuito y de 40 a 50 centímetros de espesor, constituidos por trozos de la capa de tierra negra que en los puntos fue respetada por la denudación, y hoy se nos presenta en medio de esa planicie de arena en forma de islotes situados a menudo a muchas cuadras de distancia unos de otros. Esa denudación también es reciente y se efectúa a nuestra vista en grande escala sobre una gran parte de la superficie de ese bajo, pero ella ha cesado por completo en los puntos que han sido transformados en quintas y chacras, donde se han hecho plantaciones de árboles y sementeras diversas. Por consecuencia, tenemos un hecho evidente, y ello es que la vegetación anula la fuerza denudadora de las aguas que corren por sobre el terreno.

 Me encuentro autorizado así para buscar la causa que después de la conquista ha acelerado la denudación del terreno vegetal superficial y ha hecho sin duda que las precipitaciones acuosas sean más irregulares, atribuyéndola a la destrucción de los inmensos pajonales que en otros tiempos cubrían una parte considerable de la Provincia. Esos pajonales anulaban casi por completo la acción denudadora de las aguas sobre la superficie del suelo, retenían en él una parte considerable de las aguas pluviales y de consiguiente también un grado de humedad considerable, aun en los estíos más calurosos, lo que sin duda daba a las precipitaciones acuosas una cierta regularidad de que ahora carecen.

 Ciertos puntos de la Provincia cuyo territorio es bastante elevado y con declives pronunciados, se hallan, sin embargo, expuestos desde épocas remotas a la acción denudadora de las aguas, lo que no ha permitido la formación del humus, presentándose hoy desnudos y sin vegetación. La esterilidad de esos territorios, que son los que se extienden a inmediaciones de la Sierra de la Ventana hacia los ríos Colorado y Negro, no es debida a la falta de agua sino a la falta de humus que allí no pudo y no puede acumularse porque las aguas pluviales lo arrastran a los bajos y al Océano. Ese es el espejo que trasunta lo que sería una parte considerable de la Provincia si se llevaran a efecto las proyectadas obras de desagüe simple e ilimitado.

 No porque encuentre la causa principal de las grandes inundaciones, de las sequías y de las denudaciones de los campos en la quemazón y destrucción de los grandes pajonales que en otros tiempos cubrían la mayor parte de la Provincia, debe creerse que considero un mal la substitución de los pastos fuertes por los pastos tiernos. Muy al contrario: considero que esa substitución es un bien y un verdadero mejoramiento de los campos, siempre que se trate de ponerse al abrigo de las eventualidades de las sequías, las cuales bajo la acción del calor del sol en pocos días reducen a polvo el pasto tierno, de tal modo que los campos quedan expuestos no tan sólo a la denudación de las aguas sino también a la acción funesta de los vientos, los cuales levantan y transportan la tierra en forma de nubes de polvo. Para ello es preciso buscar el medio de substituir también con algo la acción benéfica que ejercían sobre el terreno y sobre el clima los antiguos pajonales, y eso sólo se obtendrá con la plantación de árboles en grande escala.

Aunque algunas veces se haya exagerado la influencia que ejercen las arboledas sobre el clima y las lluvias, no por eso podría negarse que su cooperación sea nula.

 Es, por ejemplo, innegable que las grandes arboledas dejan caer el agua de las lluvias de un modo más suave; por medio de las raíces hacen más poroso el terreno, de modo que las aguas se infiltran en él con mayor facilidad; anulan la denudación que ejercían las aguas que corrían antes por la superficie sin ser absorbidas por el suelo; favorecen la formación del humus, cuyas propiedades higrométricas son bien conocidas; contrarrestan en parte los efectos desastrosos de las inundaciones, impidiendo que se efectúen con demasiada rapidez; atenúan la evaporación que producen los rayos solares y los vientos demasiado secos, conservando en el suelo un mayor grado de humedad; impiden el derrumbamiento de las barrancas de los ríos y riachuelos, regularizando su curso; templa las temperaturas excesivamente cálidas; purifican la atmósfera, deteniendo los miasmas palúdicos que transportan los vientos; atraen los vapores acuosos de los aires cargados de humedad, obligándolos en parte a condensarse en lluvia, etc.

 En todas partes donde se han ido talando los montes, se han ido cambiando igualmente !as condiciones climatológicas. En Asia Menor, en las riberas del Eúfrates, en las orillas del Mediterráneo, etc., la destrucción de las selvas ha convertido en eriales los campos antes fértiles, haciendo desaparecer las pequeñas corrientes de agua. La tierra de Canaán, en otros tiempos tan famosa por su gran fertilidad, es en el día un desierto a causa de la destrucción de las arboledas. Y en la misma República Argentina, en las faldas de los Andes, especialmente en las provincias Mendoza y San Juan, donde en vez de aumentarlas se están destruyendo las pocas arboledas que allí había, ya están haciéndose sentir sus efectos; en la disminución del caudal de agua de las lagunas, muchas de las cuales ocupaban una extensión tres veces mayor hace tan sólo un siglo, y en la desaparición rápida: de las pequeñas corrientes de agua. Y en todas partes donde se han restablecido las antiguas condiciones por medio de la creación de bosques artificiales, han desaparecido las inundaciones y las sequías, se ha aumentado el caudal de agua de los ríos y riachuelos y el suelo ha recuperado su antigua fertilidad.

 La influencia benéfica de las grandes arboledas sobre el clima y el régimen de las aguas es, pues, innegable. Ahora, desde unos veinte años a esta parte las arboledas se han multiplicado notablemente en las llanuras bonaerenses, antes desnudas, aunque no todavía en la proporción necesaria para tan vasta llanura. Se ha notado, sin embargo, aunque no con la precisión científica que sería de desear, que en las inmediaciones de aquellos pueblos que se hallan rodeados de muchas quintas y chacras, y, por consiguiente, de una gran cantidad de árboles, las sequías no se hacen sentir con tanta intensidad como a algunas leguas de distancia, aunque no se ha podido comprobar si ello depende de un aumento en la cantidad de lluvia anual o de una nueva condición higrométrica del terreno superficial; pero es indudable que en parte ello debe atribuirse a un aumento del rocío: fenómeno general en las proximidades de las grandes arboledas.

 Si este benéfico resultado se ha obtenido casi podría decirse que inconscientemente plantando árboles al acaso, según las conveniencias personales de cada uno, es indudable que aumentando las plantaciones en grande escala, combinadas con otros trabajos, como ser: canales de desagüe y de navegación, represas en las corrientes de agua que cruzan los terrenos elevados, estanques y lagunas artificiales, según plan que se trazara de antemano, se llegaría a modificar por completo las condiciones climáticas de la pampa del Sudeste. Los inviernos serían entonces más húmedos y los veranos no tan calurosos; menos secos, con fuertes rocíos, contribuirían poderosamente a fertilizar las tierras. Entonces desaparecerían las sequías y por consiguiente no habría tampoco peligro en abrir un pequeño número de canales de desagüe suplementarios a los ríos actuales, por los cuales, en caso de lluvias verdaderamente extraordinarias, se pudiera conducir al océano el excedente de las aguas, evitando así los desastres de las inundaciones.

 Pero esos canales deberían estar construidos de manera que sólo dieran desagüe a los campos inundados en los casos excepcionales aludidos, evitando el desagüe en todo el resto del año para conjurar los peligros de las sequías y la esterilidad de los campos que, como lo he demostrado, resultaría de un desagüe ilimitado y perpetuo.

*En las épocas de grandes lluvias, que se suceden a menudo después de sequías prolongadas, el agua se precipita desde los puntos elevados a los puntos bajos, corriendo sobre la superficie del terreno y penetrando en él tan sólo una muy pequeña cantidad, de modo que el subsuelo queda casi tan seco y tan ávido de humedad como antes de la lluvia. El agua se acumula en los puntos bajos y de poco declive, donde forma charcos y pantanos o cubre el suelo con una capa de agua poco profunda. El fondo de estos charcos está generalmente constituido por una capa de lodo negro, arcilloso e impermeable que impide generalmente la infiltración de las aguas en el subsuelo, teniendo así éstas que permanecer allí desaguándose lentamente en los ríos y arroyos cuyos cauces son entonces muy estrechos para llevar al océano el considerable caudal de agua que reciben de los campos vecinos. 

Esas capas de agua poco profundas reciben directamente los rayos solares, a los que presentan una vasta superficie, lo que hace que se evaporen con prontitud asombrosa. De esos vapores acuosos sólo una muy pequeña cantidad vuelve a condensarse en lluvias y rocíos en la misma comarca; la mayor parte es transportada por los vientos a regiones distantes, perdiéndose así para la Provincia esa cantidad de líquido que ha de necesitar algunos meses después. Las aguas estancadas que no encuentran desagüe y sólo disminuyen por la evaporación pronto se calientan, las materias vegetales que se encuentran en el fondo se descomponen, se forman charcos de agua pútrida y pantanosa que poco tiempo después se secan a su vez y pasados unos cuantos meses esos campos poco antes inundados se encuentran sin una gota de agua, sufriendo a veces sequías espantosas y mostrando la superficie del suelo surcada por grietas entreabiertas producidas por la contracción del barro arcilloso al perder la humedad evaporada por los rayos solares.

 Para evitar estos desastrosos efectos que tantos millones de pérdidas ocasionan todos los años, es preciso tratar de impedir tanto cuanto sea posible el desagüe de los campos a los ríos y al océano, dando tan sólo desagüe inmediato a esos terrenos sumamente bajos que quedan completamente sumergidos en las épocas de grandes lluvias y que no sea posible preservarlos de las inundaciones de otro modo; es preciso buscar el medio de aprovechar las aguas que caen en esos aguaceros torrenciales, de modo que sean benéficas durante todo el año; es preciso evitar la evaporación rápida de esas mismas aguas y reducirlas de manera que ocupen la menor extensión posible; es necesario tratar de aumentar la permeabilidad del terreno para que se infiltren en él; y es, por último, necesario evitar que las aguas de los parajes altos se precipiten a los bajos inundándolos, buscando los medios de retener la mayor cantidad posible de ellas en los terrenos elevados, donde serán de mayor utilidad que en los puntos bajos.


*Como ha sucedido otras veces, cuando acaece una gran inundación, todos volvemos la mirada al trabajo de Ameghino, de los pocos que se conocen, que plantea como solucionar las sequías e inundaciones en la Pcia. de Buenos Aires. Y como decíamos en artículo anterior, transcurrido el flagelo todo se olvida.
 ¿No habrá llegado el momento para que autoridades, instituciones, establecimientos educativos, religiosos, medios de comunicación, y la comunidad en su conjunto, mantengan el tema vigente hasta que se logre una solución integral? Hacen falta nuevos proyectos con la intervención de profesionales especializados y ¿por qué no? con la intervención de la Universidad de La Plata, que contemplen el problema, con una mirada del siglo XXI. La provincia de Buenos Aires tiene gente capacitada para encontrar la solución. Es hora de que se la convoque.

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